Primero querìa publicar aqui un texto de Beatriz Sarlo, la verdad que ella no me encanta, difiero en mucho ideologicamente, pero no puedo negar que este escrito es muy bueno, se los comparto:
La rutina y la fiesta, por Beatriz Sarlo
Día de la madre, del padre, del niño, del amigo... Su creación suele explicarse por razones de mercado. Pero el análisis de las causas no se agota ahí. Son el último recurso contra la monotonía de la vida cotidiana.
Durante mi infancia, el mes de octubre me enfrentaba con la obligación de elegir entre dos regalos posibles para mi madre: o una fosforera de pared, en loza pintada (un enano, una negra con escoba, una paisanita) o un perfume que me parecía, a partir de su nombre, el más adecuado: Gotas de amor; cualquiera de los dos regalos era entregado en un envoltorio casero donde jamás faltaban los nomeolvides artificiales. Cuando yo era chica, el día de la madre era el único de los días que se había impuesto como costumbre, fomentado por la escuela en primer lugar, que ya había adquirido experiencia con el día del maestro. Poco a poco, el día del padre avanzó hasta alcanzar, si no una equivalencia conceptualmente imposible, su actual relieve. Después, en los últimos treinta años, llegaron en fila el día del niño, el del amigo, el de la novia y así sucesivamente hasta cubrir todos los parentescos y vínculos. Por supuesto, lo más sencillo es decir que fue el mercado el que apoyándose en el amor filial se expandió sobre las demás fechas con esa potencia imparable que es un rasgo del capitalismo: más mercancías por vender, más y mejores ocasiones para venderlas. Así se discurre con el ánimo economicista que se ha expresado muchas veces. Quisiera agregar otros motivos en paralelo.
En el curso de un siglo, las festividades públicas, tanto las patrióticas como las religiosas fueron perdiendo sustancia y capacidad para aferrar el deseo o la imaginación. Los militares hicieron todo lo posible para que, durante largos períodos, un desfile no fuera el espectáculo más atractivo que pudiera imaginarse; hicieron lo posible para que pocos quisieran presenciar ceremonias que los incluyeran. Las fiestas de la patria no podían atraer porque quedaban bajo el monopolio de dos rutinas: la militar, que despertaba cada vez menos simpatía, y la escolar que, por repetición y vaciamiento de contenido, no interesaba a nadie. Por razones diferentes, las festividades religiosas fueron retrocediendo acosadas por el turismo de fin de semana, la desaparición del día del santo (la gente ya no recibía al nacer el nombre del patrono correspondiente, porque la televisión empezó a proporcionar nombres más interesantes que Rosa, Teresa, Juan o Clara, y nadie sabe si existe el día de santa Yésica Yasmín o de san Brian Yónatan). Los días-puente, es decir el oportuno traslado de los feriados para fomentar el turismo, hicieron lo suyo, porque es difícil que alguien viaje a Mar del Plata o a Córdoba para ir a la iglesia el sábado de gloria o al tedeum por una fiesta patria en una catedral de provincia. Las festividades religiosas que quedan en pie se apoyan en razones obvias: los desocupados van a San Cayetano y los promesantes a Luján, porque el santo o la virgen representan algo sustantivo, se piense lo que se piense sobre su eficacia.
Las fiestas que puntuaban un calendario religioso-patriótico se vaciaron de contenido, ya que también la escuela se cansó de sus rituales y los educadores modernos acompañaron a los niños en el aburrimiento. Si se me permite otro recuerdo: hoy parecería hipócrita o inverosímil que una abuela progresista y moderna llevara a su nieta a poner unas flores en el monumento a Belgrano en las Barrancas; y menos verosímil todavía, que la nieta aceptara ese paseo con algún interés no exento de solemnidad infantil.
Sucedieron demasiadas cosas terribles en nombre de la bandera y el himno como para que se sostengan en un fanal, aislados de la historia reciente.
Entonces, los días del amigo, de la novia, del abuelo, del niño, de la secretaria, etc., se sostienen porque pueden dar un ritmo festivo a los meses del año sin verse envueltos en sombrías discusiones sobre el último medio siglo de historia argentina o sobre las transformaciones de la religión entre aquellos que la tienen como referencia pero no como práctica. Y además, no se corren como los días puente porque no son feriados. Mantienen así la fijeza necesaria al ritual. La vida cotidiana necesita de esos ritmos festivos, que esconden la rutina del trabajo, y los encuentra donde puede.
No hay comentarios:
Publicar un comentario